La estética como pasaporte al estatus: cómo el ‘buen gusto’ se convirtió en barrera social

En “Mal gusto. La política de lo feo”, la periodista británica Nathalie Olah sostiene que el “buen gusto” ya no se limita al terreno de la estética, sino que se ha convertido en un criterio de exclusión y prestigio social. La idea central es que lo que consideramos “bonito” o “feo” no responde únicamente a la subjetividad individual, sino a un consenso impuesto que marca distancias entre clases y estilos de vida.

Decoración del hogar:
Mientras las revistas de diseño y las redes sociales dictan que un espacio “aceptable” debe tener tonos neutros, muebles minimalistas y objetos de diseñador, cualquier elección fuera de esa norma —colores vibrantes, adornos populares o muebles heredados— puede ser visto como “kitsch” o “de mal gusto”. Así, la estética del hogar se vuelve un marcador de estatus.

Cultura popular vs. alta cultura:
Olah recuerda cómo series como Friends o Frasier satirizaban esa frontera. En Frasier, el protagonista presume de su amor por el vino, la ópera o el arte clásico, en contraste con la vida más sencilla de su familia. Esa diferencia es un ejemplo claro de cómo el consumo cultural se convierte en una herramienta para validar el “buen gusto”.

La moda y la ropa cotidiana:
Un bolso de diseñador, aunque sea poco práctico, se percibe como símbolo de distinción, mientras que marcas accesibles o imitaciones quedan relegadas al estigma de lo “vulgar”. En este sentido, Olah señala que la moda no solo viste, sino que etiqueta socialmente.

Redes sociales y vigilancia estética:
Instagram y TikTok amplifican este fenómeno: la forma en que alguien presenta su comida, su vestimenta o incluso su rincón favorito en casa puede ser objeto de juicio colectivo. Un “plato gourmet” subido a redes puede ser símbolo de refinamiento, mientras que una receta casera sencilla puede recibir el sello de “corriente”.

El consumo cultural digital:
Escuchar ciertos géneros musicales, leer determinados autores o incluso citar a filósofos puede servir como credencial simbólica. Mientras tanto, géneros como el reguetón o la música de consumo masivo suelen ser etiquetados como “inferiores” por quienes defienden un canon más elitista.

Olah concluye que lo que se etiqueta como “mal gusto” muchas veces es una estrategia para reforzar fronteras sociales invisibles. En lugar de ser un simple tema de estética, se trata de un mecanismo de validación o exclusión que limita la autoestima, la pertenencia y las oportunidades de ascenso social.