Desde 1996, las mujeres han superado consistentemente a los hombres en número de titulaciones dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ese año marcó un punto de quiebre: por primera vez, el 50.5 % de quienes obtuvieron su título profesional fueron mujeres, tendencia que no solo se ha mantenido, sino que se ha consolidado con el paso del tiempo.
El avance fue notable a lo largo de los años. En 2008 se alcanzó un pico histórico: 59.8 % de los títulos fueron para mujeres. Aunque en 2015 esa cifra bajó ligeramente a 56.9 %, las mujeres han encabezado los registros de titulación durante más de 28 años, reconfigurando la dinámica de género dentro de la máxima casa de estudios del país.
Estos datos, registrados por la Dirección General de Administración Escolar de la UNAM, reflejan una transformación progresiva en el acceso, permanencia y egreso de las mujeres en la educación superior. Lo que alguna vez fue una minoría en las aulas, hoy representa la mayoría de quienes culminan sus estudios y se insertan profesionalmente en la sociedad.
Una batalla que empezó en casa: las barreras del patriarcado
Este cambio no fue automático ni sencillo. Hasta los años 70, estudiar una carrera universitaria implicaba para muchas mujeres una lucha dentro y fuera del hogar. Las estadísticas históricas muestran que antes de 1975 menos del 20 % de los títulos eran obtenidos por mujeres. En 1968, solo el 19 % de los titulados eran mujeres, y para 1975, la cifra apenas había subido a 24.3 %.
Estos números reflejan algo más profundo que la ausencia en los registros: evidencian las barreras patriarcales que muchas mujeres enfrentaron para poder estudiar. Testimonios recopilados por el Centro de Investigaciones y Estudios de Género revelan que muchas universitarias de los años 60 y 70 tuvieron que desobedecer a sus padres, romper expectativas familiares y desafiar normas sociales que no contemplaban su derecho a una educación profesional.
Además del contexto familiar, la propia universidad no era un espacio paritario. En 1970, la matrícula femenina representaba solo el 22 % del total, y su presencia en órganos estudiantiles o espacios de representación era mínima. Fue apenas a partir de los movimientos estudiantiles y de una lenta apertura institucional que más mujeres comenzaron a ocupar estos lugares.
Estudiar, para muchas de ellas, fue un acto político. Y titularse, una conquista personal y colectiva. Hoy, sus logros se reflejan en generaciones que han encontrado en la universidad un espacio más accesible —aunque no exento de retos— para desarrollarse profesionalmente.


